2010-06-28

Qué es "Hacer un Análisis"?

¿Qué es "Hacer un Análisis"?

Por Fernanda Trezza

Tomado del Newsletter "El Sigma" Nº 142

Otros trabajos de la autora en www.fernandatrezza.blogspot.com

“El obstáculo me estimula”
Carlos Paez Vilaró


Quisiera empezar aclarando, que no hay una forma de hacer de un análisis;
cada persona le imprime a su búsqueda su modo personal de manejarse en la
vida, su manera de ser, de ver...Por eso, aunque hay ciertos momentos lógicos
que forman parte del proceso inherente a un análisis, cada experiencia es
absolutamente singular.

Empezar
Son distintas las situaciones por las que alguien decide consultar; van desde la
curiosidad de saber qué es ir a un psicólogo hasta las consultas que se
precipitan en momentos críticos, límite, en de la vida de una persona
(accidentes, pérdidas[1], ausencia de deseo, etc.) pasando por aquellos que
llegan “porque los mandan”. De todos modos, el motivo por el que alguien
llega no necesariamente se corresponde con el compromiso que luego asuma
en relación con su búsqueda. Por ejemplo, alguien que va a un psicólogo para
“cumplir”, porque lo mandan del colegio, del trabajo, etc., puede empezar a
preguntarse cosas, a tener una posición activa respecto a querer saber qué le
pasa. Por el contrario, puede ocurrir que alguien que llega con un nivel de
angustia muy alto abandone el tratamiento en cuanto la angustia disminuya lo
suficiente como para no resultarle insoportable. Por lo demás, es
absolutamente respetable que cada persona llegue hasta donde quiera o
pueda hacerlo, más allá de que uno pueda considerar, en tal o cual caso, que
alguien podría llegar muy lejos si lograra liberarse, soltarse de ciertas ataduras.
Pero siempre se trata de las decisiones del sujeto; siempre se ha tratado de
eso.

Momentos lógicos (o breve reseña del trayecto)
Como dije anteriormente, lo que pueda esperarse de un análisis dependerá en
cierto modo de cada persona, básicamente de hasta dónde alguien quiera
llegar. No todo el mundo tiene ganas de meterse con sus zonas de oscuridad
(con eso de lo que nada quiere saber), hacer movimientos, cambios. En general
suele parecer más fácil evadir, tapar con otras cosas, no pensar y seguir para
“adelante”…pero a la larga algo estalla.
Podría señalar diversos momentos, cruciales, por llamarlos de algún modo, en
el recorrido de un análisis. El primero es el hecho de consultar, de dar el primer
paso, sea por la causa que sea. Luego ubicaría un segundo momento en el
pasaje de una posición de queja (quejarse por las cosas que le pasan,
considerarse víctima, de los otros, del destino, de la vida, etc.) a una posición
responsable; comenzar a responsabilizarse por lo que le pasa (lo cual nada
tiene que ver con culpabilizarse, más bien diría que mientras alguien sigue
culpabilizándose por algo no logra asumir una posición responsable, resuelta,
al respecto). El hacerse responsable implica un corrimiento de mira, desde los
otros hasta uno mismo; abre la dimensión de las preguntas, algo así como un:
¿qué tengo que ver yo con esto que me pasa? ¿Por qué dejo o busco que me
pase? ¿Qué hago para cortar con la repetición? Y ahí se abre el juego, que
muchas veces se parece bastante al juego de la Oca (no sé si aún existe) en
eso de avanzar cinco casilleros, retroceder dos, avanzar uno, retroceder tres,
avanzar cuatro y así. De todos modos, mi experiencia me dice que uno siempre
avanza mientras siga en la búsqueda, aunque por momentos retroceda o se
sienta detenido; si persiste, uno vuelve a moverse. Y así se llega a otro
momento que es el de lograr sostenerse en la búsqueda aún cuando uno no
tenga ganas, aún cuando una fuerza muy grande tire en el sentido contrario (la
misma fuerza que lleva a repetir las mismas situaciones displacenteras). Claro
que con esto no quiero decir que alguien tenga que obligarse a hacer algo que
no quiere, porque esto no tendría sentido, de hecho si verdaderamente no
quiere en algún momento se terminaría. Definitivamente creo que hay tiempos
para cada uno, momentos, que no pueden forzarse (también creo que muchas
veces por no esforzarse se pierde el tiempo) y por otro lado también puede
pasar que a alguien no le funcione con cierta persona (psicólogo, analista) y en
ese caso lo mejor que puede hacer es cambiar de persona (lo cual no es lo
mismo que cambiar de persona cada vez que se encuentra frente a un punto
difícil de resolver, inclusive con el propio analista).
Pienso que una buena analogía de lo que implica un análisis es la leyenda o el
mito de Teseo, el héroe griego que atravesó el laberinto de Creta para dar
muerte al Minotauro. Haber transitado y haber llegado al fin del laberinto es sólo
una parte de la hazaña, una parte muy importante sin dudas, pero aún queda
algo más: “la hora de la verdad”, el acto final. Así como Teseo tuvo que
vérselas con el Minotauro para terminar su travesía, cada uno, en el final, tendrá
que tomar la decisión de dar el salto (o no). El salto implica soltarse, soltar
ciertas costumbres, modos de manejarse, “placeres oscuros”, etc. y
cambiarlos por otros, por nuevas formas. Estas últimas definitivamente no
están preestablecidas, nadie nos dice qué hay del otro lado, que debería haber.
Por eso suele costar este acto final, porque se trata de un salto al vacío. Pero
qué mejor que el vacío para hacer surgir de allí algo nuevo. Las grandes obras
han surgido de una nada, una hoja en blanco y el deseo de hacer algo con eso.
Por lo demás, no creo que lo importante sea lo grande o no de la obra, sino el
placer de realizarla.

Figurita repetida
Volviendo a los por qué del comienzo de un análisis, es muy frecuente
encontrarse de entrada con cosas que se repiten. Alguien llega cansado de
tropezar una y otra vez con la misma piedra, de no poder enfrentar
determinadas situaciones, de no lograr separarse de cierto padecer que, cual
sombra, parecería seguirle los pasos, vaya donde vaya, a la manera de un
“destino” personal[2]. (A veces no resulta tan claro que esto que le pasa ahora
es similar a cosas que ya le han pasado antes, pero antes o después, la
repetición se hace evidente). Pues bien, a veces, en una de esas repeticiones,
alguien se cansa, o se ve rebasado por la situación y decide buscar ayuda;
muchas veces estos momentos límite son el origen de búsquedas muy
profundas, de verdaderos encuentros con lo más íntimo del ser. Polémico y
paradójico ser; aquello que más nos pertenece, la fibra más íntima, y al mismo
tiempo, lo más oculto y oscuro para nosotros.
En cuanto a estas repeticiones, suelen tratarse de antiguos modos de
manejarnos, de enfrentarnos (o precisamente de no enfrentarnos) a las cosas,
que ya no resultan útiles, apropiados o satisfactorios en el presente. Es más, tal
vez ni siquiera fueron favorables en un comienzo, quizá simplemente fue lo que
pudimos o elegimos hacer en algún momento de nuestra vida, cuando las
situaciones eran otras, y luego se transformaron en hábitos, en algo
aparentemente inseparable, insuperable. Al respecto, es frecuente escuchar la
siguiente frase en boca de alguien: “yo soy así”; aún cuando el “ser así” sea
algo que le genere muchos problemas en su vida. Pues bien, la buena noticia
es que uno puede elegir como quiere que sea su vida. Por supuesto no
desconozco que hay ciertas cosas que son, por decirlo de algún modo,
“características de uno”; esas particularidades que suelen llamarse la esencia
de algo o de alguien. Y aún más, a veces son justamente estos aspectos
“esenciales” de alguien los que precisamente le complican la vida. Pero,
afortunadamente, aún con esto puede hacerse algo distinto.

El arte de transformar
Es cierto que uno podrá en su camino, en su búsqueda, desprenderse de
muchas cosas, cambiarlas… “fácilmente” digamos. Pero siempre hay algunas
que son las que más cuestan, las que insisten, las que hacen pensar que uno
no va a poder con eso, que está demasiado arraigado, en definitiva, “que uno
es así”. Y bien, es que hay allí algo de verdad; hay ciertas cosas que no van a
desaparecer como tales, pero sí se puede hacer con ellas algo distinto:
transformarlas. Adaptando la famosa frase de Einstein a la ocasión podríamos
decir: No se pierden, pero se transforman. Pongamos un ejemplo[3]:
Imaginemos que hay alguien que es extremadamente fantasioso, que parece
transitar su vida en un mundo de ensueños[4]. Esto podría convertirse en un
problema a la hora de, por ejemplo, conseguir un trabajo, hacerse cargo de
ciertas responsabilidades que le permitan mantenerse, más aún, mantener una
familia, etc. Sin embargo, esta aparente, o real, dificultad para conectar con la
realidad podría llegar a constituirse en “su modo particular de construir su
realidad” si, supongamos, esta persona se transformara en escritor por
ejemplo. Así, el aparente obstáculo, si lograra ser encausado, moldeado
exitosamente, podría transformarse en el motor, la llama de su trabajo (y por
qué no de su vida, de algún modo). Encontré una frase de Duke Ellington[5] que
me parece fantástica para dar cuenta de esto: “Simplemente tomo la energía
que usaría para enojarme y escribo algún blues.”
En relación con esto, es muy común escuchar hablar de la sublimación en
relación al arte. Se entiende por sublimar el hecho de transformar ciertas
tendencias primarias, socialmente no aceptadas, en otras que sí lo sean (un
ejemplo frecuente que se escuchaba en la universidad hace tiempo atrás, era
que una buena forma de sublimar el sadismo de alguien podía ser convertirse
en cirujano. Socialmente no es lo mismo ser Jack el destripador que ser
cirujano. Sólo un ejemplo, algo exagerado tal vez. ). Volviendo a lo dicho
anteriormente, el arte aparece como el modelo princeps de la sublimación, y
puede que lo sea, pero creo que siempre que se logre transformar algo
problemático para uno, digamos, en algo satisfactorio, beneficioso, hay algo
del orden de la sublimación en juego. En todo caso, lograr dar ese paso es todo
un arte, una “invención personal”.
Podríamos decir que de algún modo, y con la particularidad de cada persona,
esto es lo que se espera de un análisis. Poder dejar la queja, el lamento por lo
que no fue, por lo que no se tiene. Abandonar la espera de lo que no será y
lograr hacer algo bueno con lo que hay, e inclusive, y fundamentalmente, con
lo que no hay. Esto, y por supuesto, poder renunciar a esa cuota de
masoquismo que, en mayor o menor medida, se alberga en cada uno de
nosotros.

El “dark side”
Para aquellos que no están familiarizados con la cuestión, suele ser casi
insoportable, increíble, pensar que uno alcance cierta “satisfacción” en el
padecer; satisfacción absolutamente paradojal, por cierto. Pero ¿cómo?, ¿
acaso no es como proponían los filósofos griegos, que uno naturalmente
buscaba su propio bien? Si y no. Una parte nuestra tiende a nuestro bien, pero
hay otra que disfruta, morbosamente (aunque suene feo), en nuestro dolor.
Algo así (bueno, en verdad bastante más complejo) como cuando uno se saca
una cascarita y le duele pero no puede evitar hacerlo; esa extraña sensación de
regocijo en el dolor. O cuando alguien triste por una pena (de amor
supongamos), se pone a escuchar temas musicales que, lejos de animarlo no
hacen más que darle consistencia a su desazón.
Ahora que menciono los temas musicales me acuerdo de un tema que para mí
grafica muy bien este tipo de satisfacción paradojal: “Influencia”, de Charly
García. Lean la letra si pueden, yo sólo voy a destacar dos frases. La primera:
“Si algo controla mi ser”; da cuenta de esa fuerza oscura que pareciera obrar
en nosotros, a pesar de nosotros. La segunda: “Que placer esta pena”;
describe maravillosamente la satisfacción en el padecer.
Este oscuro goce puede manifestarse de muy diversas formas y con diferentes
intensidades, pudiendo, en ocasiones, llegar a complicarle muchísimo la vida a
alguien. Por eso el esfuerzo que implica adentrarse en las profundidades de
uno mismo y destapar cosas que estaban tapadas hace mucho tiempo está, a
mi entender, justificado.

Soltar amarras
¿Cuál es la ganancia que se espera como resultado de la travesía? El deseo,
como motor de la vida. La avidez de vivir, la soltura. Toda la energía con la cual
se cuenta para producir, para disfrutar, cuando al fin se la puede liberar de
esos lugares oscuros en los que estaba estancada. Encontrarse al fin, y poder
soltar a esos “Otros” que están siempre mirándonos desde algún lado, con sus
mandatos, sus expectativas, sus enojos… (Padres, maestros, jefes, pareja, etc.;
cualquiera puede encarnar este lugar). El Otro del “qué dirán”, el Otro al que se
busca complacer o al que se busca contradecir; en definitiva es lo mismo. Por
supuesto, no se trata de que uno se convierta en un ermitaño, en absoluto,
aunque definitivamente la relación con los otros ya no es la misma. Se trata de
vivir libremente, de hacerse cargo de las decisiones propias, de tomar
responsabilidades, de abandonar la posición infantil. Esto último no es lo
mismo que poder conservar el “niño interior”, lo que se traduciría en mantener
una actitud lúdica ante la vida, con ansias de conocer cosas nuevas.
De seguro habrá muchas cosas más, singulares, que justifiquen para cada uno
su propia búsqueda; pero eso, sólo uno puede averiguarlo.
Para terminar, quisiera dejarles una frase de Oscar Wilde que me ha parecido
simple pero contundente: “Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La
mayoría de la gente existe. Eso es todo”.



1 Con la doble acepción de “estar perdido” también.
[2] Doy sólo algunos ejemplos que se observan con frecuencia: ponerse en
situaciones de peligro o maltrato (o ser siempre el chivo expiatorio); no
concretar nunca los deseos, proyectos; no sentir deseo; inhibirse frente a
determinadas situaciones; no poder salir de una dependencia de algo o
alguien; no poder dejar la infidelidad; encontrarse una y otra vez en relaciones
triangulares; no poder parar de pensar (cuando ciertos pensamientos se
vuelven tortuosos); endeudarse una y otra vez, etc., etc., etc.
[3] Siempre me han parecido muy útiles los ejemplos aunque me gusta advertir
sobre la importancia de no quedarse adherido a ellos, de mantener siempre un
más allá del ejemplo.
[4] En este punto no puedo evitar recordar dos frases dichas por Cortázar en
una entrevista: “Yo me siento más cómodo en un terreno que toca lo irracional”
y “Yo me movía con naturalidad en el terreno de lo fantástico sin distinguirlo
demasiado de la realidad”.
[5] Famoso jazzista estadounidense.

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